martes, 16 de enero de 2007

Seguir remando...

El Ilustre Capitán de Simismo comandaba aquella cáscara de nuez de una forma peculiar. Y es que era el único marinero a bordo, así que su labor se limitaba a negociar con los elementos el camino que tomaría.

A veces el mar era benévolo y le llevaba, viento en popa, rumbo a los más bellos paraísos a cambio sólo de que el Capitán mantuviese la vela en la posición correcta. Otras, sin embargo, era necesario el uso de un par de remos de emergencia para dirigir el barco hacía corrientes que pudiesen hacer la navegación más fluida. De este modo, aunque no tan veloz como con la fuerza del viento, la pequeña cáscara de nuez navegaba tranquilamente empujada por las corrientes marinas.

Pero no siempre todo era movimiento, pues de vez en cuando el viento se paraba, casi en seco, para dejar paso a una sensación como de nunca haber soplado brisa alguna. Y el mar, en algún tipo de conspiración secreta, se volvía calmo y sin corrientes, sin olas, adquiriendo la apariencia de una plancha de acero azulado donde la cáscara de nuez se mantenía en pie. En esos momentos el Capitán comenzaba a remar, pues era la única manera de inyectar un poco de movimiento en aquel paisaje, aun a sabiendas de que no sería fácil encontrar una corriente que le ayudase.

Cuando esta situación se alargaba en el tiempo, el cansancio hacía mella en el Capitán, y el compás de los remos disminuía poco a poco. Aun así, una empecinada fuerza interior hacía que nunca dejase de remar, pues en el fondo sabía que tarde o temprano alguna leve brisa, o quizá una profunda corriente que emergiese en algún lugar, le empujarían de nuevo haciendo de la navegación un placer y de su minúscula cáscara de nuez el más grandioso de todos los navíos.

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